Octubre en Menorca

Octubre llega suavemente, con pasos de lluvia y un perfume de tierra húmeda que despierta recuerdos antiguos. Las primeras lluvias abren el ritual de salir a buscar caracoles: los márgenes se vuelven verdes, y los ojos se hacen niños ante la sorpresa que esconde cada rincón. Es tiempo de caminar sin prisa, de sentir cómo el campo respira de nuevo tras la sed del verano.

Los días se acortan, la luz se desvanece pronto, y las horas de claridad se vuelven un tesoro breve. En el hogar, el silencio invita a abrir libros que esperaban pacientes sobre la mesita. La lectura se convierte en refugio, en compañía íntima cuando la oscuridad cae como un velo sobre los pueblos y las casas.

Pero el otoño menorquín no es sólo recogimiento. Aún hay días claros que invitan a salir, a recorrer caminos de piedra seca, a perderse entre encinas y pinos. La naturaleza ofrece una belleza discreta, madura, hecha de colores suaves y de un aire que acaricia. En el mar, aún hay quien se atreve con un último baño: las olas son lentas, las playas vacías, y el silencio sabe a despedida.

En la mesa, octubre también se despliega con generosidad. Las legumbres hierven en la olla, esparciendo aromas que recuerdan la cocina de los abuelos. Las setas, humildes y preciosas, llegan a la cesta como pequeñas joyas del bosque. Es una cocina que habla de tierra, de lentitud, de calor.

Menorca, en octubre, es un corazón que late despacio. Un tiempo para escuchar la lluvia, para disfrutar de la calma, para reencontrarse con la naturaleza y con el sabor sencillo de las cosas pequeñas.

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